El viento que llevó las horas mojadas y las cenizas de un porro que alivio el luto de nuestra alma

El viento que llevó las horas mojadas y las cenizas de un porro que alivio el luto de nuestra alma
lizzi martinez

martes, 23 de diciembre de 2008

un sueño fantastico


Érase una vez un pequeño duende de tan solo 800 años, su pasatiempo favorito era soñar y soñar.

El duende se llamaba junio, y vivía en medio de dos grandes montañas que quedaban entre el planeta Tierra y el planeta Marte, allí, nadie vivía, pues solo existían dos grandes planetas, dos montañas, una pequeña y otra enorme, y una estrella que aparecía en las tardes.

El duende nunca entendió de donde salió, o cómo fue que llego hasta aquel lugar extraño. Nunca supo qué era tener una madre o un padre, tampoco un hermano, y menos una familia; tan solo una estrella que consideraba su mejor amiga.

En las mañanas junio salía a escalar la montaña mas alta, y se acostaba a pensar, pues su mayor sueño era encontrar a alguien que fuera su compañía, su amiga, su madre, su vida, y su gran amor. Todos los días se imaginaba los mismos sueños junto a aquél ser querido de todas las formas físicas, y encontrando la mas gustable.

Siempre al llegar la tarde, su amiga estrella aparecía para disfrutar de sus extraordinarios sueños, reían y reían por horas, y soñaban juntos; la estrella siempre le decía que nunca dejara de soñar, pues algún día iban a cumplirse uno a uno. El duende siempre tenía una alegría y una fe enorme en su corazón, decía que su alegría era el reflejo de su alma.

Una mañana el duende salió como todos los días a escalar su gran montaña, al llegar a la cima encontró una cajita muy pequeña, el duende la recogió inseguro, observando fijamente aquél objeto cuadrado y extraño en su montaña, se sentó a observarla y pensaba y pensaba, qué podría haber hay dentro. Al llegar la tarde apareció su amiga estrella, ella lo vio elevado y confuso, así que lo interrumpió en su incertidumbre y le preguntó por qué estaba así; él la miro y le mostró la extraña cajita pequeña, la estrella se alegró y le dijo que la abriera, pero el estaba asustado y no se atrevió.

Después de dos horas, el duende cogió impulso y se acercó a ella, la levantó y la abrió suavemente, de pronto salió un fuerte humo rosado que invadió la mitad de la montaña. El duende y la estrella quedaron ciegos de tanto humo, así que no podían ver nada. Unos minutos después, empezó a aclararse el ambiente, y entonces el duende pudo ver a un ser hermoso que lo miraba fijamente a los ojos, con un brillo especial, el duende le preguntó confundido quién era, ella le respondió, que años tras años él la había soñado, y que ella venía del mundo de los sueños a ocupar su lugar que era junto a él, estaba confundido, pero no podía evitar sentir un gran alivio y felicidad en su alma, al ver que por fin ese momento que tanto soñó, se hizo realidad. El ser extraño era un hada que tenía las alas más hermosas, un cabello rojizo largo y abundante, sus ojos eran azules como el mar de los sueños, y eran grandes como las lágrimas que de vez en cuando derramó el pobre duende. Ella se volteó y miró a la estrella sonriéndole, y le agradeció por cuidar de su duende tanto tiempo; de pronto las dos grandes montañas empezaron a girar tan rápido, que el duende las perdió de vista. Al abrir sus ojos, él estaba rodeado de flores hermosas, pasto verde, ¡grandes montañas!, no una, sino que varias; mariposas, largos ríos, y todo un paraíso, ese que tanto imaginó en sus sueños. El hada se acercó a él y le tomó las manos, le mostró una gran sonrisa, y le dijo que no se preocupara, pues ella nunca lo iba a dejar solo, pues ella había llegado a él para ser su compañera, su amiga, su madre, su vida y su gran amor.

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