El viento que llevó las horas mojadas y las cenizas de un porro que alivio el luto de nuestra alma

El viento que llevó las horas mojadas y las cenizas de un porro que alivio el luto de nuestra alma
lizzi martinez

martes, 21 de abril de 2009

Psicodélica de un hada fantástica


En la egocéntrica tarde que era desvanecida por la luna, brillaba en el semáforo de la esquina una extraña mujer, que estorbaba entre las líneas marcadas en la acera de la avenida 38a. Llevaba una falda de colores ordinarios, una blusa que caía en uno de sus lados (mostrando la tira de su brasier verde), usaba un par de tenis azules, unas medias con líneas rosadas y moradas, un peinado con destellos verdes a causa de unos cuantos mechones que tiraban desde alguna parte de su cabello descuidado.
Era una mujer hermosa a pesar de su desfachatez; sus ojos de color avellana como la miel fresca, su cabello largo y rojizo como el poder del fuego. Su pintura marcada en el rostro era algo psicodélica, y en sus manos llevaba unos lazos artísticos que acompañaban su función de circo de la calle.
Leía casa de poesía Silva y contemplaba a Baudelaire (maldito poeta); Pues en medio de mi estudio, mis ojos escépticos que inevitablemente se volvían hostiles ante la belleza extraña y psicodélica de la mujer multicolor, capturó mi atención. Salí a verla mientras ella pedía monedas de carro en carro, lastimosamente no todos apreciaban lo que a ella parecía apasionarle. Yo podía percatar que tenía un pensamiento empirista, y también concluí que éramos demasiado diferentes; igual, a mis ojos no les importó seguirla admirando. Parecía un ángel, se elevaba en aquellos humitos contaminantes, abandonados por los personajes que tejían líneas a algún destino.
Quise meterme en su tráfico de colores, abrazarme a sus tiritas, y que me elevara junto a ellas, saborear su aroma a mugre dulce, y lamer un poco de sus babitas tibias.
Cansada, exhausta de su largo día decidió marcharse; yo hipnotizado la seguí, no me importo saber si a ella le molestaba, tan sólo quise conocerla, quizás escribir unas cuantas letras con ella y hacerla mi poesia.
De pronto pensé que era abril y el aire llevaba gotas que no tocaban los cuerpos, pero que se sentían; evocarlas fue ver un choque en la dirección contraria a los pasos de los transeúntes. Un humo verde cubrió todo, no podía mirar, la gente alertada corría, pero los rayos del sol se mezclaban con las luces de la ciudad, y los arboles parecían de plástico. Caminé en busca de ella, pero la mujer se tendía en el suelo, mientras que una plaga de personas la rodeaba. Yo anonadado me acerque a ella, me metí como una hormiga entre los desconocidos, parecía un laberinto, una misión para llegar a ella; mientras tanto yo pensaba, ¿cómo podría llamarse?, o más bien, ¿cómo se llamaba?, y aterrado me dije - ni siquiera lo supe, y quizás ella ya no despierte-
Al llegar a ella pude ver que unos cuantos rasguños la dibujaban; yo me senté a su lado y decidí esperar en su compañía la llegada de los rescatadores de accidentes. Mientras tanto en la otra acera de la calle continua, una rana verde saltaba, sus saltos eran largos, la lluvia golpeaba su frágil cuerpo; junto a la viscosa verde un hombre se reflejaba en los espejos de la ferretería del esquinal, un abrigo largo cubría sus dudas, sin mirar más, él siguió su camino perdiéndose entre el asfalto.
Pasaron 3 horas y las personas caminaban en cámara lenta; las luces de los edificios bailaban en contradictorias ocasiones. La hermosa mujer seguía durmiendo, sin sentir nada.
En el enredo de sus sueños, yo decidí sacar un cigarrillo y fumarlo mientras el tiempo me abrazaba más a ella. Un libro me consoló la espera, y tras 2 horas más, la noche nos cubrió; tres estrellas chismoseaban, también la gigante luna que en uno de sus costados tenía la mancha de un conejo.
Me acosté junto a mi querida mujer desconocida. La envolví sobre mi regazo cantando líricas de cuna a su oído. Era un sueño, o quizás un viaje a algún lugar tan desconocido, un lugar donde lo irreal era real y donde los sueños eran mentiras de verdad
La ame sin conocerla, con sólo mirarla me enamoré, mientras ella dormida me sonreía; yo le hablaba sobre mis absurdas y aburridas anécdotas, pero a ella le encantaba, con los ojos cerrados podía escuchar como lo disfrutaba. El reloj se descompuso, no existió. Las personas se evaporaban y el transito que aturdía ya no estaba. Quise pararme y cargarla sobre mis brazos, llevarla y cobijarla con una manta invisible, que reflejara su pureza, que sus colores transmitieran alegría y pintaran la fachada de la fría y oscura casa que me guardaba día tras día.
Sentí un frío en mi pantalón, y una voz aguda me gritaba:
– ¿Señor?, disculpe señor, ¿está bien?- me grito uno de los empleados del Tostaky.
Levanté la cabeza, mientras la taza del café manchaba mi pantalón, me puse de pié, estaba asustado, ¡no podía creerlo!, pues me había quedado dormido. Salí a ver si la increíble mujer existía, o había sido solo un alucinante sueño frustrado. El semáforo estaba solo, tan sólo 4 carros; corrí a la esquina de la ferretería, pero ella no estaba. Decepcionado con la cabeza entre las manos, volví al café y pagué la cuenta.
¡Increíble!, me había enamorado de una mujer que no existía. El tiempo marcaba las 6:30 pm, y yo, junto a mi soledad caminaba en dirección de las tristes líneas memorizadas.
La oscura casa que me escondía aguardaba a mi espera. Cruzando la calle, en aquél parquecito que quedaba a la orilla de mí casa, en una banca de madera triturada por las termitas reposaba una dama. Me acerqué a ella con la duda en los ojos, y sorprendido vi que era ella, ¡la mujer hermosa!, esa dama psicodélica de colores chillones que se había apoderado de mis sueños.
Estaba sola, contaba su dinero con tristeza, y las lágrimas se deslizaban por sus mejillas rosadas. Extendí mi mano hacia ella, ofreciéndole un pañuelo, ella lo aceptó y secó sus dulces lágrimas cristalinas, me sonrió y por fin habló:
- Gracias, es usted muy amable; quizás sea la única persona que finalice mi día con una sonrisa en mi rostro-.
Yo, sin palabras, me quedé mudo ante su melodiosa voz…-de... de... de… nada-, respondí tartamudeando.
Ella sonrió y me devolvió el pañuelo, se levantó, mientras yo veía como se alejaba, y mis pies clavados al suelo me impedían seguirla, de pronto reaccione, y la perseguí.
-¡Hey señorita!, espere- grité desesperado. Para mi suerte, ella se detuvo y esperó.
-¿Cuál es su nombre?- le pregunté.
- Me llamo Priscila, y ¿usted?-
-Facundo-. Le sonreí, guardando un poco mi entusiasmo para no asustarla. Ella me miró y sentí que esperaba algo. La invite a tomarse un café, y por fortuna ella aceptó de nuevo.
Caminamos mucho; en ocasiones sentía como mis pies se elevaban. De pronto comenzó a llover y sentíamos cómo las irrevocables gotas acariciaban nuestros cuerpos. El café nos acompañó en la friolenta noche, mientras las carcajadas salían desaforadas.
Así pasó la noche, y los días que eran grises se volvieron de un color carmesí, que olían a ella, que sabían a tiras de colores, que me envolvían mientras caminaba en su búsqueda… mientras la amaba, mientras ella me amaba, y mientras que cada tarde tomáramos nuestro té en el café de los sueños donde existen las mentiras de verdad.