El viento que llevó las horas mojadas y las cenizas de un porro que alivio el luto de nuestra alma

El viento que llevó las horas mojadas y las cenizas de un porro que alivio el luto de nuestra alma
lizzi martinez

martes, 2 de noviembre de 2010

Ambulante

Tras un viaje largo de 7000 kilómetros su alma reposa sobre el asfalto de un andén marginal que es cubierto por la sombra de un puente, el sombreado marca la sangre y la maleza, pintura que se confunde entre el rojizo ensangrentado de las víctimas inocentes que hacen parte de su estética. Piensa mientras juega con el charco pantanoso que cubre sus pies pero q al mismo tiempo son inmunes ante él, mientras que un relámpago pasa por enfrente de su vista, un haz de luz que se pierde en el fondo del circulo de confusión, un punto negro que se amplía en lo desconocido, ya sus pies caminan rezagados hacia el olvido. Escéptica a los relatos de amor, pierde la noción del tiempo, mientras sus lágrimas pueriles caen desaforadas aproximándose a la abertura de sus labios, saladas como el agua del mar y rojizas como la luna resonante. Su alma anhela la salvación en cualquier humano.

Morí

Ahogada, en el naufragio de mí llanto, se escuchaba el eco de una voz que me decía: ahora, tú te has ido. Lleve mis manos al rostro pálido, amargo y con textura demacrada, sujete el ramo de flores a una liga de terciopelo rojo, recordé el color de tu cabello, el aroma de las tardes enredadas en el rebelde, el consuelo de los labios carmesí que navegaban por mi cuerpo buscando una respuesta que quizá nunca fue encontrada, El final de las palabras que se perdieron en una carta marcando la fecha de despedida, la aurora de mi derrota. Mis pies caminaron rezagados, perdí la noción de los sueños, del amor, de la felicidad que marcabas en mi rostro con tu sola presencia, de los conceptos, de la vida. Ahora mi mundo destilaba el sabor de la nada, me acosté sobre no sé qué y fije mi vista en el vacío, después, morí.